Alejandro González

Alejandro González

·5 min de lectura

Cuando la web era humana

Hubo un tiempo en que crear una página web era más un acto de curiosidad y artesanía que un proyecto de arquitectura o infraestructura de software.

Abría mi Notepad++ y empezaba a escribir HTML. Al principio, un PHP básico cuando empecé a jugar con sesiones; estilos sencillos sobre el mismo HTML y, más adelante, tal vez un style.css y un scripts.js para agregar alguna interacción (con jQuery, obviamente). Y listo. Vámonos a filezilla.exe y directo al /public_html en algún servidor gratuito. (No tenía dinero ni tarjetas por aquel entonces.)

Sin pipelines. Sin deploy on the edge. Sin “la nube”. Solo yo y mi idea.

Recuerdo cómo grandes sitios y comunidades gestionaban millones de usuarios con esas mismas herramientas. Me tocó vivir el final de la gran era del Internet.

Por allá en 2006 conocí un sitio web —que aún existe— llamado Wack a Hack!. Era una página dedicada a crear fangames de Pokémon. Sin profundizar demasiado en ese tema (que merece un post completo), recuerdo que para “promocionar” tu hack era necesario saber un poco de HTML. Era normal subir tu propio sitio para dar a conocer tu trabajo, algo así como tu tarjeta de presentación digital, lo cual empecé a explorar un par de años después.

Siempre han existido recursos gratuitos, y tuve la suerte de llegar a una época en la que, después de tragarte un poco de publicidad, podías descargar algunos templates para tu web.
Se solía utilizar tablas HTML para dar estructura a todo; más o menos, todas compartían un esquema similar:

Cabecera
Menú IzquierdoContenidoMenú Derecho
Pie de Página

Algunas usaban imágenes .gif con bordes redondeados y fondo transparente para darle un toque más estético.
Y las mejores que llegué a ver usaban una tecnología hoy extinta llamada Flash.

Era normal que tu sitio tuviera un contador al final de visitas, la tipografía de Comic Sans, GIFs de afiliados, y un ‘optimizado para resolución 1024×768’.”

La cultura del foro

Antes de que existieran los influencers, los youtubers o los cursos online, existían los foros.
Eran el corazón de la comunidad digital: lugares donde todo el conocimiento se transmitía a mano, mensaje por mensaje, y donde el respeto se ganaba escribiendo bien, ayudando y compartiendo lo que sabías.

Había foros para todo: Foros del Web, PHP-Nuke España, Cristalab, Taringa!, HackHispano, entre muchos otros.
Cada comunidad tenía su estilo, su jerarquía, sus veteranos sabios, sus novatos curiosos… y sus trolls (esos siempre han existido).

Publicar una duda no era tan simple como hoy en un chat.
Había casi un ritual no escrito:

  1. Buscar primero. Si tu pregunta ya estaba respondida, te regañaban con un “usa el buscador del foro”.
  2. Escribir el título de forma clara, sin faltas, y explicar tu problema con detalles: versión de PHP, qué error te daba, qué intentaste.
  3. Esperar. A veces horas, a veces días.

Y cuando por fin alguien te respondía, agradecías de verdad. Porque sabías que esa persona había leído tu mensaje, probado tu código o recordado una solución de memoria.
No había IA, ni Stack Overflow, ni ChatGPT que te escupiera la respuesta al instante.
Había comunidad.

Compartir código o un proyecto era igual de artesanal. Se subía a un servidor gratuito, a RapidShare, MegaUpload, MediaFire, o a veces simplemente se pegaba dentro de un [code]...[/code] en el post. Me tocó un GitHub en pañales, era más común versionar el código en archivos ZIP con nombres tipo web_v2_final_FINAL_real.zip.

Aprender era un proceso lento, pero profundamente colectivo. Te formabas leyendo a otros, equivocándote, recibiendo consejos, y luego volviendo al foro para compartir lo que habías descubierto. Conocimiento en cadena.

Los foros eran más que soporte técnico: eran comunidades con alma.
Había off-topics, amistades, discusiones, firmas personalizadas, insignias, rankings, moderadores que se tomaban su papel muy en serio y usuarios que parecían leyendas.
Llegué a conocer a una chica que se llamaba Cinthia (mi crush de aquella época; era de las Islas Canarias, un imposible para mí en aquel entonces).
Y aún recuerdo a muchos otros amigos, todos con algo en común:
cada avatar, cada firma animada en GIF, cada post con tu nombre al final nos daba una identidad digital real.

La sensación de independencia

Aquella era una web que te hacía sentir libre.

No necesitabas permisos, frameworks, ni políticas de API. Solo un editor, una idea y la curiosidad de ver hasta dónde podías llegar.

Esa libertad se sentía incluso en los errores: cuando rompías algo, sabías exactamente qué habías hecho. No había capas de abstracción escondiendo tus fallos. Era tu código, tu servidor y tu responsabilidad. Y eso, lejos de ser una carga, era una forma de orgullo.

Cada cambio, cada línea escrita, cada actualización manual por FTP era una pequeña victoria. Ver tu web en línea por primera vez no era un deploy: era una conquista personal.

Los foros, los blogs, los experimentos con PHP o Flash, todo formaba parte de un mismo espíritu: el de aprender creando.

Hoy todo está más conectado, más optimizado, más predecible. Pero en ese proceso perdimos un poco de esa independencia creativa, esa sensación de estar descubriendo un nuevo territorio cada vez que escribías <html> por primera vez.

Éramos arquitectos sin planos, exploradores sin mapa, soñadores sin capital de riesgo.

No teníamos CI/CD, ni Docker, ni AI copilots, pero teníamos algo que el software moderno a veces olvida: curiosidad.
Esa necesidad de abrir un archivo de alguien más y romperlo solo para ver cómo funcionaba.

Hoy desplegamos en segundos, pero cuesta recordar cómo se sentía esperar a que el FTP terminara de subir.

Quizás la web ya no sea artesanal, pero los que vivimos aquella época sabemos algo que ningún framework puede abstraer: que detrás de cada línea de código sigue habiendo una persona con ganas de decir algo al mundo.